El caso Asunta

Xosé Ameixeiras
Xosé Ameixeiras ARA SOLIS

OPINIÓN

XOAN A. SOLER

30 abr 2024 . Actualizado a las 16:15 h.

Seguramente tenía razón el maestro del suspense, Alfred Hitchcock, cuando decía que algunos de los asesinatos más exquisitos han sido domésticos, realizados con ternura en lugares sencillos y hogareños. Él alimentaba la imaginación del espectador y lo hacía sufrir tanto como fuese posible. La muerte tiene muchas versiones, unas más desgarradoras que otras. Se ha usado a menudo como entretenimiento, en el cine, el teatro, la televisión... Convivimos a diario con ella como espectáculo. Por muy aterradoras que sean muchas imágenes, no quitan el apetito las que se emiten en el telediario de las tres mientras uno da cuenta de la caldeirada de merluza. Como si formara parte del menú, el almuerzo aderezado con la tragedia del día. Sin embargo, hay homicidios que desmoronan los equilibrios emocionales. Hechos difíciles de deglutir que encienden las alarmas de la conciencia colectiva. En el 2013, la sociedad quedó conmocionada por la aparición del cuerpo de una niña sin vida y arrojada en la vulgaridad de una cuneta de Teo. Un crimen de película en una familia a la que nunca le había faltado de nada. Un decenio después, El caso Asunta golpea de nuevo como un martillo pilón en el ánimo popular, enciende luces rojas que parecían agotadas y hay quien es capaz de tragarse dos capítulos de una vez, al tiempo que se sumerge en el difícil mar de adivinar motivaciones humanas. La figura de esa niña inmóvil, con los pies enrojecidos y marcas de unos vulgares cordeles de hacer pacas de heno, deja el alma hecha jirones. Y el juez instructor, a darle al licor café. La muerte puede ser una vulgaridad. Cuando Basterra salga de Teixeiro escribirá un libro. Será un capítulo más de una historia macabra.