Carmen Lorenzo: «Con doce anos axudaba a meu pai, que era enterrador, e tocaba a campá»

Cristina Viu Gomila
Cristina Viu CARBALLO / LA VOZ

VIMIANZO

ANA GARCÍA

Personas con historia | La vimiancesa se quedó ciega hace 20 años, pero se ocupa de su hogar

02 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Carmen Lorenzo (Vimianzo, 1944) era probablemente la más valiente de sus hermanos. Era la única que iba habitualmente al cementerio. «Con doce anos axudaba a meu pai, que era enterrador, e tocaba a campá», explica. Recuerda que él le ataba las cuerdas a las muñecas y ella repicaba cuando había algún entierro. A cambio de la ayuda, el cura le daba un puñado de caramelos. Un par de años estuvo la niña colaborando con su progenitor para hacerle más liviana la tarea de abrir las tumbas. No era nada fácil porque entonces el camposanto estaba pegado a la iglesia, «era monte», explica ella.

La vinculación de Carmen con el templo se había de hacer aún más estrecha porque fue allí donde conoció a su marido, que era uno de los canteros que hicieron la nueva fachada.

Ya casada y con un niño de dos años, Carmen emigra con su marido a la isla de Guersney, a una hora en avión de Londres, para trabajar en las enormes plantaciones de flores. Dedicó casi año y medio de su vida a retirar los brotes de los tallos de las rosas para que crecieran altos y derechos, pero echaba demasiado de menos al pequeño que había dejado con su madre. Para entonces ya habían conseguido el dinero suficiente para comprar un solar y empezar a hacer su casa.

«Polo fillo toleaba e case non gocei del cando era pequeno, pero agora si o fago cos meus bisnetos», explica. Carmen quedó embarazada cuando su hijo tenía siete años. Era el momento ideal porque la vivienda familiar estaba camino de completarse. Un día, cuando estaba de cuatro meses, resbaló y cayó sobre su vientre. Fue al médico y este le advirtió que el embarazo no progresaría. Sin embargo, ella no perdió la esperanza a pesar de que no había ninguna. Ya le habían dicho que tendría que parir cuando el embarazo llegara a término y así ocurrió, tal como estaba previsto, «o sábado da Barca». La pena de Carmen era tan grande que el médico le ofreció guardar el feto el alcohol y así lo ha tenido todos estos años. Ya ha dejado dicho que no se deshagan de él y lo único que lamenta es no haber pensado en enterrarlo junto a su marido cuando este falleció hace trece años.

Por entonces, Carmen ya estaba completamente ciega. Complicaciones a causa de la diabetes que sufre y una serie de operaciones que, al parecer, no fueron las más adecuadas terminaron por oscurecer su visión. La que más lamenta fue la última. Para entonces aún veía luz y las sombras de su marido y su hijo en el patio de la casa familiar. Ella misma le pidió a la médica que no la operara, quería mantener lo que aún le quedaba, pero insistieron tanto que se plegó. Cuando acabó la intervención todo era ya negro y así se había de quedar. Ya no pudo protestarle a la doctora porque, explica, tuvo que marcharse a Madrid para tratarse de un cáncer que la mataría tiempo después.

Carmen hizo enormes sacrificios para mantener la vista. Recuerda que pasó nueve meses sin poder acostarse, sentada en una silla y con la cabeza sobre los brazos en el respaldo de otra. No sirvió para que su ojo se mantuviera más o menos bien, pero le destrozó las cervicales y la dejó casi sin poder andar. Pasó dos años sin salir de casa y recuerda que el día que su esposo la sacó para caminar un poco tropezó en una pista. No se arredró. Hoy anda varios kilómetros a diario y se ocupa de su casa. En la ONCE le ofrecieron apoyo psicológico y la enseñaron a valerse por su misma. Cuando quedó completamente ciega reconoce que lloró mucho, a todas horas y que lo que más echa de menos es la libertad.

«O meu home cantábame a canción ‘‘Madrecita María del Carme'' de Manolo Escolar»

El marido de Carmen era cantero y fue uno de los que hizo la nueva fachada de la iglesia parroquial de Vimianzo. Ella tenía apenas 17 años cuando se conocieron. «O meu home me cantaba a canción Madrecita María del Carmen de Manolo Escobar», recuerda ella. Lo hacía desde lo alto del campanario, donde él estaba trabajando, y eso la avergonzaba, según explica, pero de este modo empezó el noviazgo. Él era de Matío, de la parroquia laxense de Nande.

La pareja tuvo que separarse cuando él hizo el servicio militar. Lo mandaron a Córdoba, y después, al Sáhara, donde siguió ejerciendo de cantero. Al volver le trajo un transistor y después cumplió su compromiso de matrimonio. La boda se celebró en casa de su madre, pero vistió de negro porque estaban de luto por la muerte de su abuela.

Después de dejar el oficio de enterrador, el padre de Carmen se puso a trabajar en la estación del autobús, en la paquetería, y ella en casas, lavando ropa o haciendo otras tareas del hogar. Eran cinco hermanas y un chico, que acabó emigrado en Alemania, y la madre lo mismo palillaba que se dedicaba a limpiar callos y patas para bares y restaurantes de entonces. No había mucho tiempo para nada y las hijas eran las que debían hacer las tareas domésticas.

Antes de mudarse a las conocidas como casas baratas de A Torre, la familia vivía en Tedín, donde casi todos compartían habitación. Los regalos de Reyes consistían en unas mandarinas y una muñeca de cartón y todas tenían un único vestido para las ocasiones. Carmen recuerda uno verde, de cuadritos.